Thursday, July 4, 2013

El pueblo de los niños proxenetas


Noé Quetzal Méndez tiene 38 años, la cara redonda y un lunar cerca del ojo izquierdo. En la fotografía anexa a su ficha policial parece un cantante venido a menos. La cirugía estética con la que intentó burlar al FBI le ha acartonado el rostro. Quienes lo conocen bien dicen que no se parece en nada a aquel adolescente regordete que desde muy pronto, casi siendo un niño, comenzó a prostituir mujeres en Tenancingo, un pueblo de campesinos situado a 100 kilómetros del Distrito Federal. Expandió su negocio por Estados Unidos y cruzó en la frontera a más de cien menores de edad. Cada cierto tiempo volvía a su tierra como el hijo pródigo.
En la entrada de su municipio, de 11.700 habitantes, se suceden mansiones ostentosas y horteras junto a casitas humildes acabadas con retales. Los adolescentes del pueblo saben que las primeras construcciones pertenecen a los proxenetas, los mismos que llenan cada año de dólares el manto del arcángel San Miguel cuando sale en procesión. Las segundas son propiedades de campesinos, unos don nadie a ojos de los jóvenes. El oficio de tratante de personas en este lugar es hereditario. Familiar. Pasa de padres a hijos, de generación en generación.
 “Quiero ser sicario padrote (proxeneta)”, dijo delante de sus compañeros de clase un chico de 13 años el mes pasado. Se le adivinaba un bigotillo fino sobre la comisura de los labios.
No es el único que lo piensa. Cuatro de cada cinco estudiantes del pueblo dijeron querer dedicarse a la trata de mujeres en una encuesta reciente. El tipo sin expresión por su paso por el quirófano es para ellos un espejo en el que mirarse. Los hombres de este municipio del Estado de Tlaxcala, en el centro de México, suelen casarse por primera vez a los 14 o 15 años y a lo largo de su vida van acumulando noviazgos y matrimonios con mujeres a las que poco a poco introducen en la prostitución. El núcleo familiar –padres, madres, abuelos, tíos- se encargan de la empresa y cuidan de los niños que van naciendo, padrotes en potencia.
Otra adolescente reclama mayor respeto a otras confesiones religiones que se practican en Tenancingo. ¿Cómo cuáles? “La Santa Muerte... tiene muchos seguidores”.
Oriundos de este lugar y los alrededores controlan La Merced, el mayor centro de prostitución de la Ciudad de México. Entre las calles y hoteles de la zona se cuentan miles de prostitutas. “El 90% de los detenidos por trata son originarios del Estado de Tlaxcala. La mayoría provienen de familias enteras que se dedican a esto”, resalta Juana Camila Bautista, fiscal de delitos sexuales del DF. En el último año han conseguido sacar de la prostitución a 200 mujeres, entre ellas 92 menores. La mayoría también de esta zona del país. Uno de los trabajos más arduos de la fiscalía consiste en convencer a las chicas de que están siendo explotadas sexualmente. “Muchas siguen enamoradas y no es fácil hacerles ver que eso no está bien, que eso no es querer a nadie”, ahonda la fiscal en su despacho. Los últimos proxenetas encarcelados han recibido sentencias de 60 años sin posibilidad de reducción de pena. Considera un logro que en la última reforma de la ley se considere un agravante el parentesco en el delito de explotación.
 El amor es uno de las artimañas que utilizan los explotadores para mantenerlas indefinidamente en el negocio. Los proxenetas llegan a tener más de media docena de esposas, concubinas o novias, como se las quiera llamar, trabajando en el mundo de la prostitución. Con sus coches de gran cilindrada, ropa y joyas caras impresionan a niñas que provienen de un entorno marginal. Los hombres se han ganado la fama de seductores. “Usan el verbo, te enamoran”, sostiene una vecina que repudia la fama que se ha ganado su pueblo.
 El negocio de los tratantes de Tlaxcala trasciende las fronteras de México. Las chicas son enviadas a ciudades de Estados Unidos. En Nueva York, Chicago, Atlanta o Los Ángeles se han documentado casos de explotación a mujeres mexicanas. Hay clubes completos donde la mayoría de las prostitutas tienen algún tipo de vínculo con Tenancingo. El negocio más próspero para los padrotes, de todos modos, se encuentra en el sur de ese país, en la misma frontera mexicana. Los tratantes las cruzan a través de la frontera y las dejan en manos de los delibreros (traducción fonética de delivers, repartidores), unos tipos que reparten publicidad y concretan citas sexuales con los inmigrantes centroamericanos y mexicanos que trabajan en el campo. 

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